Cuando decimos que un rascacielos, un aeropuerto o un auditorio son “bonitos” o “feos”, el principal criterio que seguimos para afirmarlo es, obviamente, su diseño. Pueden influir el entorno, la climatología del día que lo visitemos… Pero lo que está claro es que es el trabajo del arquitecto lo que consigue que se incline la balanza entre un adjetivo u otro.
Una profesión, la de arquitecto, que podría englobarse perfectamente dentro de las propias de los artistas, ya que hay infinidad de edificios, antiguos y contemporáneos, que son auténticas obras de arte. Algo de lo que saben mucho en Suiza, patria de algunos de los nombres más destacados de la arquitectura del siglo XX.
Quizá el más conocido sea Le Corbusier, figura clave para entender la corriente modernista. Su principal obra se desarrolló en Francia, aunque antes de su muerte, en 1965, dejó varios ejemplos de su radical diseño funcionalista en su país natal. En sus trabajos, algunos de ellos incluidos en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, predominan el hierro, el acero, el hormigón y el vidrio. Le Corbusier fue un “teórico” que amaba aplicar los métodos de la ingeniería a la arquitectura.
No menos importante es el natural de Tesino Mario Botta, cuya obra más conocida es el Museo de Arte Moderno de San Francisco. Su estilo está marcado por la geometría, con estructuras fuertes y simétricas en las que combina muros de elementos pesados como el hormigón con estructuras livianas de acero y vidrio. Son obras que transmiten sensaciones encontradas, desde la serenidad de la iglesia de San Juan Bautista hasta el constante movimiento que desprende la Sinagoga Cymbalista de la Universidad de Tel Aviv, en Israel.
El Estadio Olímpico de Beijing, la Tate Modern de Londres o la Filarmónica del Elba en Hamburgo son algunas de las majestuosas creaciones de Jacques Herzog y Pierre de Meuron, dos amigos de infancia que ahora asombran al mundo con sus proyectos arquitectónicos. Desde su estudio en Basilea, proponen arriesgadas ideas en las que experimentan con materiales y formas. Una idea única que les llevó a recibir en 2001 el premio Pritzker, el ‘Óscar’ de la arquitectura.
Pero hay más, muchos más. Peter Zumthor, Heinz Julen, Annette Gigon y Mike Guyer, Bernard Tschumi… Todos ellos aún en activo, gracias a las oportunidades recibidas para desempeñar su trabajo en el país helvético. Y es que, según Nicola Braghieri, arquitecto y director del Departamento de Arquitectura en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, «la confianza que la administración pública suiza deposita en los jóvenes arquitectos es única en el mundo».
No en vano, en Suiza hay múltiples licitaciones públicas para proyectos de construcción tanto públicos como privados, que permiten que “hasta un arquitecto de 30 años tenga la oportunidad de construir grandes edificios».
Una verdadera suerte, teniendo en cuenta el talento de los ejemplos aquí mostrados.