En este artículo nos referiremos a esta maravilla como Matterhorn, la nomenclatura más extendida en Suiza, pero da igual que lo llamemos así, Monte Cervino o Mont Cervin. En cualquier lengua estamos hablando de una montaña mágica o, mejor dicho, “perfecta”, apodo que con el que se conoce a este pico en el corazón de los Alpes, en plena frontera italo-suiza. Y ciertamente lo es, ya que su forma de pirámide implica cuatro paredes que se orientan hacia los cuatro puntos cardinales. Un ejemplo único de lo que puede ser capaz de regalarnos la naturaleza.
Quizá ésta sea una de las razones por las cuales el Matterhorn es la montaña más fotografiada del mundo, así como uno de los símbolos del país helvético. No le hace falta ser la más alta de la cordillera alpina, ya que en sus solitarios 4477,5 metros, casi cuatrocientos menos que el techo de los Alpes, el Mont-Blanc, nos encontramos con dos pares de escarpadas caídas verticales solo cubiertas, de vez en cuando, por la nieve, el hielo o las míticas nubes “bandera”.
Es, como decimos, símbolo de Suiza, habitual en las postales o recuerdos que podamos traernos de una visita. No solo eso, ya que no todo el mundo sabe (quizá los más entusiastas del chocolate sí conocían esta curiosidad) que la silueta que se dibuja al lado de las míticas letras rojas de los envoltorios de “Toblerone” es del Matterhorn. Dos muestras de orgullo para los suizos, unidas.
A la sombra del Matterhorn se erige la localidad de Zermatt, únicamente accesible en tren ya que están prohibidos los vehículos a motor como medida para preservar el entorno natural. Un lugar idóneo para descansar antes de disfrutar de una de las decenas de atractivos de la zona, como la parada de teleférico más alta de Europa, que da acceso a la estación de esquí en el glaciar Theodul (con pistas con nieve todo el año) o los puntos para que los escaladores intenten abordar la hazaña de coronar el “Cervino”.
Porque en esta ocasión el término hazaña no se queda corto, ya que las avalanchas son muy frecuentes debido a su verticalidad. No en vano, no fue coronado hasta 1865, siendo uno de las últimas cimas vírgenes de los Alpes. Precisamente esos constantes desprendimientos fueron el motivo de que se pusiera en marcha a principios de siglo el programa “PermaSense”, una red inalámbrica de sensores que recoge datos tanto sísmicos, como visuales y acústicos que recoge las frecuencias de resonancia de la montaña. Algo que, según los investigadores, podría prevenir desprendimientos de rocas en todo el mundo.
Sin embargo, cualquier palabra se queda corta ante la visión en directo de este coloso, que forma parte intrínseca de la cultura suiza. Visitarlo es la única forma de comprender por qué significa tanto para el estado centroeuropeo, aunque, quizá una foto nos permita hacernos una idea aproximada.