Suiza, un país conocido mundialmente por sus espectaculares paisajes naturales, los relojes precisos o una neutralidad inquebrantable, tiene asimismo una historia constitucional fascinante que ha desempeñado un papel fundamental en la configuración de su política y sociedad actuales. La Constitución de Suiza, un documento clave en la historia de la nación, ha sido un faro de estabilidad y democracia en el centro de Europa desde su origen, hace ahora 175 años, en 1848.
Pero lo mejor es comenzar por el principio. La historia de la Confederación Suiza se remonta al año 1291, cuando varios cantones en el que hoy es el territorio suizo se unieron en una alianza defensiva conocida como la Liga de los Tres Cantones (Schwyz, Uri y Unterwalden). Esta alianza inicial sentó las bases para la futura Confederación Helvética. Durante las siguientes décadas, más cantones se unieron a esta alianza, consolidando gradualmente una confederación de estados independientes.
Sin embargo, la falta de una constitución unificada y las tensiones entre los cantones llevaron a numerosos conflictos y disputas internas. Durante el siglo XIX Europa fue testigo de una ola de movimientos revolucionarios y cambios políticos, lo que también influyó en Suiza. La necesidad de una constitución que pacificara y unificara el país y proporcionara una estructura política estable se volvió imperativa.
La Constitución de 1848: Un punto de inflexión
El 12 de septiembre de 1848 marcó un hito crucial en la historia suiza. En esta fecha, la Asamblea Federal Suiza adoptó la Constitución Federal, que fue la primera constitución de la Confederación sometida al voto de los ciudadanos suizos. Su adopción, debido al fracaso de las revoluciones en los países vecinos, convirtió a Suiza durante la segunda mitad del siglo XIX en una isla republicana democrática en medio de las monarquías europeas. Dado que la Constitución Federal había emanado de una guerra civil, el derrotado bando católico-conservador se opuso inicialmente a ella (Sonderbund) y no fue hasta la revisión total de la Constitución de 1874, que inició la transición de una democracia representativa a una semidirecta con el referéndum facultativo, cuando los conservadores católicos se reconciliaron con el Estado federal liberal. La introducción en 1891 de la figura de las iniciativas legislativa y popular para la revisión parcial de la Constitución amplió los derechos democráticos directos, lo que condujo a que el texto sufriera hasta 1999 más de 130 enmiendas y desembocó en la gran reforma del texto constitucional ese año, no sólo para adecuarla a los tiempos, sino para dotarla de coherencia interna.
Además, la Constitución de Suiza ha permitido la coexistencia de diversas comunidades lingüísticas y culturales dentro del país, incluyendo a los hablantes de alemán, francés, italiano y romanche. La descentralización del poder a nivel de los cantones ha permitido que estas comunidades conserven y protejan sus identidades culturales y lingüísticas, tal y como se refleja en su método educativo, seguido por el Colegio Suizo de Madrid.
La Constitución de Suiza es, en resumen, un testimonio de la capacidad de un país para evolucionar y adaptarse a lo largo del tiempo, manteniendo al mismo tiempo su estabilidad. Ha proporcionado una base sólida para la democracia, la diversidad cultural y la prosperidad económica en Suiza, demostrando que la democracia y la cooperación pueden ser la clave para la paz y la prosperidad.
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