Maite Vallet hat an der Complutense – Universität Philosophie und Literatur studiert. Seit vielen Jahren erteilt sie Kurse für Eltern und Lehrpersonen an der CSM. In diesem Interview gibt sie uns Einblicke in ihren Werdegang, in ihre Suche nach neuen Unterrichtsformen und einer neuen Form der Autorität. Wie kann man Kinder und Jugendliche in einer immer komplexer werdenden Welt auf der Suche nach ihrem eigenen Lebensziel unterstützen und begleiten?
Das Interview wurde von Barbara Sager telefonisch geführt. Auf Wunsch von Maite Vallet duzen wir uns.
Maite Vallet es licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Lleva mucho tiempo colaborando con nuestro Colegio impartiendo cursos sobre educación. La entrevista tuvo lugar por teléfono y fue el deseo expreso de Maite que nos tratáramos de tú.
Te conocí, Maite, en uno de los primeros cursos que impartiste en el Colegio. Me impresionó tu gran conocimiento y a la vez la cercanía y sencillez con las que los compartes, lo difícil parece fácil. ¿Quién es Maite Vallet? ¿De dónde vienen tus enseñanzas?
Cuando tenía veintitantos años, el descubrimiento del método Montessori fue algo impactante. En ese momento, no tenía ningún interés en dedicarme a los niños pequeños, que al final es por donde empecé. Mi preparación era universitaria, soy licenciada en Filosofía y Letras y mi idea era dedicarme a la etapa de secundaria. Me gustaba todo lo que había aprendido en la universidad, pero lo que no me gustaba era el método que se estaba usando para enseñar en los colegios. No tiene que ver con una infancia infeliz en el colegio de monjas. Pero el método tradicional basado en la obediencia y en la memoria no me parecía que fuera la forma adecuada de aprender.
En la universidad aprendí muchísimo de historia, de arte, de literatura…, de todas esas materias que no había logrado disfrutar ni mucho menos aprobar en el colegio. Entonces, mi afán era encontrar una manera de educar que hiciera que los niños y los jóvenes pudieran aprender de una forma motivante, pero no porque el profesor hiciera algo extraordinario, sino porque la propia metodología que se estuviera utilizando hiciera que se pudiera disfrutar.
Fue cuando me encontré con el método Montessori, que no se basaba para nada en la memoria, sino todo lo contrario, en el descubrimiento de todo lo que el niño iba aprendiendo. Además, María Montessori enseñó desde la etapa infantil hasta la adulta. Eso me fascinó y tuve claro que debía empezar con los niños pequeños. No podía empezar con una metodología diferente a la tradicional con niños mayores, no tenía más remedio que empezar con ellos. No era mi ilusión, pero cuando empecé a trabajar con niños pequeños y descubrí todo lo que son capaces de aprender y de saber, disfruté muchísimo.
Cuando veía que ya lo estábamos llevando todas las profes del colegio, no solo yo, veía que era algo que había que difundir. Y quisimos llevar nuestro método a primaria y luego a secundaria.
¿Era tu colegio entonces? ¿Lo fundaste tú?
Sí, fue mi propio colegio durante 6 años; luego seguimos como cooperativa durante otros 10 años más hasta que lo dejamos.
¿En qué se diferenciaba vuestra forma de trabajar?
Queríamos que el alumno fuese protagonista de su aprendizaje. En el colegio trabajábamos siempre en equipo. Esto lo hacíamos con los pequeños y, cuando ampliamos el colegio, también en primaria y secundaria, con muy buenos resultados. Les enseñábamos a ayudarse unos a otros. Eran igual de importantes las matemáticas, la física, la lengua e historia que la educación física o las materias artísticas y la educación socioemocional.
También teníamos muy clara la necesidad de límites. El ser humano necesita unos límites ofrecidos por el adulto. Luego, poco a poco, el niño o adolescente puede ponérselos él mismo.
Al colegio llegaban muchos alumnos que habían fracasado en otros colegios, que no habían tenido éxito con una enseñanza tradicional. Teníamos muchos niños muy creativos, con mucho talento, pero que habían fracasado. Y tuvieron éxito en nuestro colegio, llegando a ser escultores, actores e, incluso, empresarios.
Ahí me di cuenta de que yo necesitaba algo más. Quería compartir lo que habíamos logrado en el colegio con otros profesores y con padres y es como llegué a ser una de las creadoras de las escuelas de padres en España.
Más adelante decidí irme a Centroamérica. Tenía el afán de difundir nuestro proyecto mucho más allá, incluso fuera de España. Pero nunca dejé España, iba y venía a dar cursos a profesores y padres.
Como el que diste en nuestro Colegio. En aquellos tiempos, la escuela de padres era obligatoria. Sentía mucha fluidez en la comunicación con los padres, hablábamos de lo mismo.
Aunque fuera obligatoria, nunca asistieron más del treinta por ciento de los padres. Pero tengo clarísimo que entre las escuelas de padres y las tutorías del profesorado debería haber una simbiosis perfecta para poder enseñar a los niños y a los jóvenes todo lo que tiene que ver con la educación socioemocional.
En el transcurso de todos estos años: ¿Cómo han cambiado los miedos y las preocupaciones de los padres? ¿Qué querían los padres para sus hijos hace 20 años? ¿y ahora?
Yo diría que hace 30 o 40 años la sociedad en general, profesores y padres, era más autoritaria. No concebían la idea de que los niños o los adolescentes pudiesen tener un pensamiento propio sin que hubiese la obligación de obedecer. Desde hace 20 o 30 años ha habido ese cambio radical a que los niños tienen todos los derechos y ninguna obligación. De autoritarios, los padres han pasado a ser sobreprotectores.
O ausentes…
Eso es. Y el mensaje es muy parecido: El ausente te desprotege. Y el sobreprotector te desprotege al cien por cien porque te está diciendo todo el tiempo: “¡pobrecito mi niño!, me necesitas a mí, voy a estar encima de ti para satisfacer cualquiera de tus necesidades.” Con lo cual le estoy diciendo que solo no puede hacer nada de nada. Le estoy invalidando completamente para poder crecer y le dejo sin la posibilidad de enfrentar y vencer esa etapa de la vida.
Siempre había pensado que era tan horrible ser autoritario como sobreprotector. Pero, desde hace unos años, tengo clarísimo que es muchísimo peor ser sobreprotector. Porque, frente a una persona autoritaria, el niño siente rechazo hacia el autoritarismo porque quiere ser él. Pero, frente a una persona sobreprotectora, el niño siente que tiene que estar agradecido, se le deja sin la capacidad de rebeldía.
¿Entonces cómo debemos actuar?
Pues actuando con autoridad, lo que quiere decir: ni siendo autoritarios ni sobreprotectores. Dándole a entender al niño que tiene la capacidad para conseguir una serie de cosas por sí mismo y sabiendo que necesita a alguien que le ayude a desarrollar ese potencial que tiene, con propuestas positivas y también con límites. Y la parte de los límites es la que se salta el sobreprotector.
Siempre es normal que se pase de un extremo a otro. Pero es importante conseguir el equilibrio, siendo personas con autoridad. Apoyándoles en todo lo que pueden hacer y dejando que ellos asuman esfuerzos. No asumiendo esfuerzos por ellos.
Pues siento que estamos asumiendo esfuerzos por ellos en todos los ámbitos. Dejamos a los niños sin implicación ni responsabilidad.
Eso es. En algunos colegios se responsabiliza a los padres de lo que tiene que hacer el niño. Pero es el niño el que tiene que interactuar con el colegio, responsabilizarse de sus tareas, cumplir con las normas y asumir las consecuencias, que se deberían establecer con los propios alumnos. Cuando les impedimos asumir responsabilidades y les quitamos el esfuerzo, les impedimos el crecimiento.
Ahí estamos con la tolerancia a la frustración…
Claro. Para mí, sentirse frustrado forma parte del proceso de aprendizaje. Cuando quiero aprender algo, puede ser esquiar, pintar o matemáticas, hago un determinado esfuerzo para conseguirlo, y lo voy a lograr. Sin esfuerzo es imposible. Cuando no logro algo que puedo lograr, me frustro. Y vuelvo a intentarlo hasta conseguir mi objetivo. Y esa frustración es absolutamente positiva.
El problema es cuando uno se queda estancado en la frustración. Hay que ayudar a superar ese “¡pobrecito yo! ¡no puedo!” Porque con esfuerzo se puede.
Siento que la confianza es fundamental en la educación. Veo que cada vez hay más control en nuestra vida diaria. ¿Cómo encontramos el balance entre el control y la confianza?
La confianza no es algo externo, es algo interno. Es muy importante en la adolescencia, pero empieza durante toda la etapa de la educación familiar. Lo que dicen a veces los padres: “¿Cómo le voy a decir a mi hijo que no confío en él? “ A eso contestaría: no hace falta que le digas que no confías en él, sino que es importantísimo para que él pueda adquirir el control de su vida que confíe en él mismo. Porque, cuando confiamos en nosotros mismos, luchamos por eso, lo que llevamos dentro.
Hay mucha confusión en eso. El adulto, padre o profesor, tiene que confiar en que los seres humanos tenemos las fuerzas suficientes para afrontar los retos de cada etapa, sea la infancia, la niñez o la adolescencia. Es la confianza en que tú puedes llegar a confiar en ti, tú puedes llegar a controlar todo lo que aún no controlas, con mi ayuda, con los límites necesarios, con esfuerzo.
Debemos llegar a que la confianza y el control sean internos: la confianza en mí mismo, el control sobre mí mismo. Eso se consigue con esfuerzo, no con una confianza ciega externa que lleva al descontrol.
Parece todo muy fácil…
Pues no. Es muy complicado. Porque históricamente no hemos tenido una educación en todo esto que tiene que ver con una educación emocional en valores sociales de convivencia, de resolución de conflictos, de lo que yo siento, de lo que puedo lograr. Ni la sociedad de antes, la autoritaria, ni la de hoy, la sobreprotectora, nos apoyan. Y es normal que a veces fallemos y cometamos errores. Debemos ser amables, condescendientes y comprensivos con nosotros mismos. Pero estamos intentando hacerlo lo mejor posible.
Los padres quieren dar a sus hijos todas las oportunidades posibles. Su tiempo está muy ocupado con cursos y actividades de todo tipo. ¿Qué debemos tener en cuenta para organizar el tiempo libre de nuestros hijos?
Se trata de educar para el tiempo libre desde el colegio y desde las familias. Hay que hacer un esfuerzo para encontrar las actividades que ofrezca el barrio y que se adapten a los intereses y talentos de nuestros hijos, para que se puedan relacionar físicamente. Hoy en día hay una oferta de actividades muy grandes. Que no estén solo con los juegos electrónicos o con la televisión.
Nosotros, cuando éramos pequeños, teníamos mucha libertad, íbamos siempre un grupo de amigos y teníamos el bosque, el lago, una vieja fábrica. Teníamos un tiempo sin control. Nos apoyábamos dentro del grupo y creo que aprendíamos muchísimo.
Esa libertad se ha acabado. Lo que nosotros teníamos, se ha acabado, por lo menos en la ciudad. Cuando yo era pequeña, jugábamos en la calle y pasaba un coche, tocaba la bocina desde lejos y nos apartábamos. Pero eso ahora es imposible. Hay que organizarles ese tiempo que les permita relacionarse físicamente y que estén con cierto control. Y ahí, en el polideportivo o en el parque, por ejemplo, es posible el juego libre entre ellos.
Estuve unos años de excedencia y trabajé en Zúrich en un barrio de mucho tráfico y los niños iban solos al colegio, incluso los de infantil.
Porque un niño puede perfectamente hacerlo desde los 4 años. Pero hay que enseñarlo desde el colegio y desde las familias. Son los cambios que habría que provocar. Hay que educar en la autonomía para que puedan crecer como seres seguros haciendo un montón de cosas que les estamos dando hechas y que podrían hacer ellos. Pero hay que enseñarles.
Y es cierto que vivimos en un mundo complejo y difícil. Antes has mencionado los juegos: Durante la pandemia ha aumentado muy rápidamente el uso de los medios digitales. ¿Cómo podemos conseguir que los niños usen estos medios de manera sana?
La pandemia les ha robado el contacto físico, que es importantísimo para ellos. Pero ha hecho que se acerquen al mundo audiovisual de una manera mucho más estructurada y a los adultos nos ha ayudado a explicar de una manera más estructurada, más concreta.
¿Qué hay que hacer ahora? Pues, como después de una enfermedad: recuperarse, ir recuperando poco a poco la normalidad.
Y lo que debemos entender los adultos es que los niños y adolescentes necesitan límites para todo lo digital, pues no tienen capacidad para ponerse límites ellos. No se tiene el control suficiente sin el control de los adultos.
Si lo noto yo. El tiempo pasa volando cuando juego o busco material en internet.
Pues si nos cuesta a los adultos, con más razón debemos poner límites al tiempo de uso y a los contenidos que consumen los niños y adolescentes. La gran mayoría no están preparados para utilizarlos sin nuestro control. No es cuestión de confianza, es que no son capaces de controlar el tiempo de uso de los medios digitales a esa edad.
Con la pandemia, los niños están pensando a menudo en la muerte, porque la han vivido de cerca, por las imágenes de la tele.
Es importante poder hablar de todo esto: de la muerte, de las injusticias, de los sueños. Son temas para los que no tenemos respuestas. Podemos ayudarles a darse cuenta de que todos estos cuestionamientos que tienen ante la muerte son normales en la adolescencia. Porque en la adolescencia nos cuestionamos todas estas cosas que nos van a hacer libres en la vida. Para poder ser libres, hay que saber filosofar sobre todos estos temas. Y es muy bonito y enriquecedor filosofar con ellos. No dejemos nunca de escuchar a los niños y de hablar con ellos.
Muchas gracias, Maite por tu tiempo. Sé que hay padres y profesores que no han podido asistir a las charlas de la escuela de padres. Para todos ellos y para todos los que quieran profundizar más en el fascinante tema de la educación de niños y adolescentes, recomendamos la colección ‘Atrévete’ en la que Maite Vallet nos explica con profundidad lo importante de cada etapa: Atrévete con su infancia (0-6 años), Atrévete con su niñez (6-12 años) y Atrévete con su adolescencia (12-18 años).
Barbara Sager