Como profesor siempre exigí la honestidad que me exijo hoy. Durante los exámenes, una distancia entre las filas de los asientos evitaba
la tentación de copiar. Caminaba y buscaba chuletas debajo de
los libros o en las carpetas. Los móviles luego prometieron ayuda
con problemas gramaticales o con paréntesis en operaciones de matemáticas. Se recogieron los teléfonos.
Miraba a los alumnos a los ojos y esperaba poder leer si sus pensamientos giraban en torno a ayudas prohibidas o si solo buscaban soluciones atrapadas en sus propias deliberaciones. A lo largo de mi vida profesional he intentado hacer, con mi poca autoridad, que los jóvenes se dieran cuenta de que la falta de sinceridad es autoengaño.
En última instancia, se trata de tu propia personalidad y de uno de los valores vitales del ser humano.