En mi vida la pasión ha sido casi una directriz en mis sentimientos. Tuve verdadera pasión por mi padre y por mi hermano, pero también por mi maravillosa madre y por el resto de mi familia. Pronto me di cuenta de que esa pasión se desviaba a los enfermos, en su soledad, en su dolor, y me sentí un médico con prisa para curar.
Aprendí que la acción del cirujano es más directa y que sabe transformar, también con el arte y precisión de sus manos, a un enfermo, adulto o niño, en una persona sana que restablece el equilibrio de la familia, la felicidad que parecía a punto de perderse.
Pero mi mayor pasión es María, mi mujer, que tantas veces me ha acompañado en el quirófano, ayudándome en operaciones difíciles. Mi pasión se extiende a Enrique, Javier y Juan Pedro, fruto de nuestro matrimonio, demostración de la pasión que María y yo tenemos el uno por el otro y también por ellos.